Visibilizando las niñeces en Feria itinerante de Plaza Arica»

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En medio del bullicio colorido de la feria itinerante de Plaza Arica en Iquique, donde conviven sabores, acentos y culturas de distintos rincones de Latinoamérica, tres jóvenes hacen una labor silenciosa pero profundamente transformadora. Son Mayra Lovera, Carisaya, Anahís Vega Rojas y Nadia Antelo Lijeron, estudiantes de tercer año de la carrera de Educación Parvularia de la Universidad Arturo Prat (UNAP), quienes han hecho de la calle su aula y del cariño su herramienta pedagógica.Ellas forman parte del proyecto “Mujeres y niñeces indígenas, transformando entornos”, impulsado por la Facultad de Ciencias Humanas de la UNAP junto al Programa Originarias de ONU Mujeres. La iniciativa no solo responde a una necesidad concreta de cuidado y aprendizaje de niñas y niños que acompañan a sus madres trabajadoras en espacios no convencionales, como las ferias libres, sino que también releva la importancia de reconocer las diversas formas de cuidar que existen en nuestra sociedad. Cada vez es más necesario avanzar hacia una “Sociedad del Cuidado” y por ello, iniciativas como esta cobran especial relevancia. Tal como señala ONU Mujeres (2023), es urgente reconocer el cuidado como un derecho humano fundamental, situándolo en el centro de la vida social y garantizando condiciones adecuadas para quienes brindan y reciben cuidados. En este marco, la corresponsabilidad social —entre Estado, mercado, familias y comunidad— se vuelve esencial para el desarrollo de sistemas integrales de cuidados.De acuerdo a la Gerenta del Programa Originarias, Rebeca Sanhueza “En contextos marcados por la movilidad y la interculturalidad, como los que viven muchas familias migrantes, afrodescendientes y de pueblos originarios, el cuidado adquiere múltiples expresiones. Visibilizar y valorar estas prácticas es clave para avanzar hacia una corresponsabilidad social real, donde las políticas públicas se articulen con las redes comunitarias y las organizaciones sociales que históricamente han sostenido los cuidados desde los territorios”.

TAREA SILENCIOSA

Mientras la feria se instala y comienzan a rodar los carros con frutas, ropa, comidas típicas y todo tipo de productos, ellas caminan atentas, buscando a esas madres chilenas, bolivianas, paraguayas, peruanas que no tienen con quién dejar a sus hijos mientras trabajan. “Esa diversidad cultural que encontramos en este espacio, requiere de una propuesta educativa que acoja, valore y potencie tanto a las madres como a sus hijos a través de una modalidad educativa flexible, abierta, comunitaria y con identidad territorial como lo es el programa no formal que hemos diseñado y estamos implementando”, sostiene Verónica Apablaza académica y directora del proyecto “Mujeres y niñeces indígenas, transformando entornos”.GANANDO ESPACIOS “Al principio fue difícil, nadie quiere dejar a su hijo con una extraña”, cuentan las estudiantes. A pesar de ir claramente identificadas como parte del proyecto, muchas madres las miraban con desconfianza. “…pensaban que éramos de algunos organismos públicos que podrían cuestionar la permanencia de los niños ahí”.Pero con paciencia y mucha empatía, ganaron la confianza de estas mujeres. Hoy, no solo las reciben con los brazos abiertos, sino que incluso las invitan a comer y a compartir con sus familias.“Ahora los niños nos esperan con alegría, ya no son tímidos, se sienten seguros. Pintan, juegan, aprenden. Y nosotras también aprendemos con ellos”, relatan.

AULA SIN MUROS

Lo que comenzó como un proyecto, se ha convertido en una experiencia profundamente humana y profesional. “Estar en un espacio no convencional, fuera de la sala, ha sido muy gratificante. Jamás pensamos que aprenderíamos tanto en una feria”, explican las estudiantes. Y es que, en este entorno, han conocido otras realidades, otras formas de ser madre, de ser niño y niña, de ser comunidad.“Estas son madres cuidadoras que vienen con sus hijos porque no tienen otra opción. A veces están solas, muchas veces están cansadas. Y nosotras podemos ser un apoyo, una red, una mano amiga”, agregan.Así Noelia Medina, colera paraguaya que lleva tres años trabajando en la feria, no duda en destacar el impacto que esta iniciativa ha tenido en su día a día. “Mis hijos y mi sobrino solían aburrirse mucho mientras yo trabajaba. Ahora, gracias a las profesoras, pintan, juegan, conversan y aprenden. Cuando me preguntaron si quería que estuvieran con ellos, acepté de inmediato. ¡Están felices!”, comenta con una sonrisa que lo dice todo.Por otra parte, Ema Apaza, también feriante, siente un alivio similar. Cada sábado, sus nietas Valesti, de 8 años, y Galadriel, de 4, esperan con entusiasmo la llegada de estas futuras educadoras. “Las esperan con ansias. Yo puedo atender tranquila mi puesto, porque sé que están bien cuidadas, que están aprendiendo cosas nuevas y, sobre todo, que alguien las escucha y las comprende”.Así esta pequeña gran revolución que se gesta cada fin de semana en esta feria iquiqueña nos muestra como la educación se transforma en una herramienta de justicia, de ternura y de cambio, a través de un gran proyecto que nos muestra el compromiso de estas jóvenes estudiantes, como también del rol protagónico de la Universidad Arturo Prat y el Programa Originarias de ONU Mujeres para generar transformaciones reales desde el territorio.

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